martes, 20 de octubre de 2009

Educar los sentimientos

El amor o el afecto a los demás, con la generosidad y la diligencia que siempre llevan implícitas, son la principal fuente de paz y de satisfacción interior. En cambio, la dinámica del egoísmo o de la pereza conducen siempre a un callejón sin salida de agobios e insatisfacciones personales. Por eso las personas con un buen nivel de satisfacción interior suelen tratar a los demás con afabilidad, les resulta fácil comprender las limitaciones y debilidades ajenas, y raramente son duros o inclementes en sus juicios. Pero lo que más les caracteriza es que son personas interesadas en los demás. Y esto es así porque sólo de ese modo el hombre se crece y se enriquece de verdad.
No hay que olvidar, además, que hasta las satisfacciones más materiales necesitan ser compartidas con otros, o al menos ser referidas a otros. Una persona no puede disfrutar de una casa o un coche que acaba de comprarse, o de una nueva prenda de ropa, o de su belleza física, o de un título académico o una buena cultura, si no tiene a su alrededor personas que le miren con afecto, que se alegren y puedan disfrutarlo a su lado. Si no puede –o no quiere– compartir sus alegrías, antes o después se sumergirá en un profundo sentimiento de tristeza y de frustración.
Tarde o tempranoel rostro del egoísmoaparece con toda su fealdadante aquel que le ha dejadoapoderarse de sus sentimientos

El pequeño valor de la gratitud

La pequeña virtud del agradecimiento es prueba de un gran corazón. Aun con el torpe o equivocado, desde el momento que tiene buena voluntad, debemos ser agradecidos, cuando menos por su buena intención.
¿No es propio de un corazón verdaderamente generoso, mostrarse agradecido hacia los demás, aun de lo más insignificante que hayan intentado hacer por él? No resulta sin embargo tan raro el olvido de los servicios que nos prestan los demás; o, simplemente, nuestra mala costumbre de no demostrar nuestra complacencia. A esto hay que oponer el pequeño valor del agradecimiento.
Sucede a menudo que, mientras esperamos en vano el agradecimiento de personas a quienes hemos ayudado o hecho por ellas verdaderos sacrificios, otros por quienes nos sacrificamos mucho menos conservan por largo tiempo su reconocimiento. ¿No sucede a veces que agradecemos el favor ocasional de un extraño pero no damos la importancia que merecen a las continuas delicadezas que recibimos en nuestro hogar?
Tenemos una memoria singularmente caprichosa. Si olvidamos fácilmente una amabilidad que nos han hecho, ¡con qué precisión retenemos, en cambio, el recuerdo de una falta de delicadeza, o de una ofensa! Un proverbio lo confirma: "La memoria del mal tiene larga huella, la memoria del bien muy pronto pasa". ¡Cómo sabemos recordar a los demás nuestros beneficios prestados o el trabajo que nos ha costado realizar!
Decir "gracias"
En muchos hogares se habrá oído alguna vez el siguiente diálogo. En la mesa familiar, el niño pide un poco de pan a su padre. Éste lo toma y le entrega un pedazo que el hijo muerde en el acto con avidez.
- Y bien, pregunta el padre, ¿qué se dice?
Con la boca todavía llena murmura tímidamente el chico:
- Gracias.
- Gracias, ¿qué?
- Gracias, papá.
Y cuántas veces ocurre que una de las primeras palabras que pronuncia el niño es "no"; no es necesario que nadie se lo enseñe. En cambio, ¡cuántas repeticiones son necesarias para inculcarle el hábito de decir "gracias"!
"Gracias" es la palabra mágica que introduce en el hogar la cortesía, el buen orden y la serenidad. Y el pequeño valor del agradecimiento brota de una conciencia que la educación ha iluminado.
No nos olvidemos de agradecer todo, de decir gracias al menor servicio prestado por quien sea, pronunciando esta palabra sin ninguna entonación, como si estuviéramos cambiando una simple mirada. Por sí sola, esta palabrita recompensa todos los trabajos; repara la frase acaso un poco dura que habíamos dicho anteriormente; equivale a una sonrisa y, a veces, la provoca; hace feliz al que la pronuncia y a aquel a quien va dirigida.

Ser agradecido

Una de las cualidades humanas que manifiesta más claramente la madurez, la salud psicológica, la calidad humana de una persona es su capacidad de agradecer.
El hombre es un ser que necesita de los demás. No se concibe la vida del hombre sin otros hombres. Para hacer cosas en la vida es necesario apoyarse en los demás, en el sentido más noble, convivir es vivir con. Y eso es lo que hacemos de una forma habitual.
La capacidad de agradecer está relacionada con el darse, una persona que sabe darse, es decir, abrir la puerta de su vida hacia fuera, es agradecida. Una madre es el ejemplo de entrega humana más frecuente y más hondo que existe. Una madre es una persona que se da a cambio de nada, por eso las madres son agradecidas, los detalles más nimios que sus hijos tienen con ellas les produce una alegría especial, la alegría del agradecimiento.
Por eso cuando entre enamorados se habla mucho de deberes y derechos; ¡peligro!, algo falla. Se está maltratando lo esencial en el amor, que es la entrega al otro. Falta agradecimiento.
Actualmente se está educando poco en el agradecimiento, es una de las razones por la que la educación es de poca calidad. Agradecer una cosa es dar las gracias para siempre, una persona agradecida está en deuda con el otro de alguna manera, adquiere un compromiso y eso es lo que se rechaza: – No quiero compromisos. No quiero cuentas pendientes con los demás. Parece que agradecer fuera una muestra de debilidad. ¡Como si el hombre se bastara por sí mismo!. Llamamos a los demás cuando los necesitamos pero luego no agradecemos. ¡No vaya a ser que se lo crean!. ¡No quiero tener la sensación de deuda con él!.
Actualmente en esta sociedad todos nos creemos sujetos de derechos. Por tanto, como tengo derecho a todo, en lo personal y profesional, pues entonces no tengo nada que agradecer. Todo lo que los demás hacen por nosotros es su obligación. No agradezco nada.
La felicidad pasa por el agradecimiento, una persona agradecida no es resentida. El agradecer de verdad las cosas, además de un acto de justicia o precisamente por eso, aumenta la paz interior y por tanto la paz ambiental. Donde hay una persona agradecida se sonríe. Sonreír habitualmente es muy difícil, demuestra un estado del alma. Una persona que sonríe es una persona fiable, es una persona agradecida. ¡Haced la prueba!.
Por cierto, podemos decir muchas veces a los hijos que agradezcan las cosas y lo pueden hacer de una manera mecánica. Para aprender a ser agradecidos, de verdad, hay que verlo vivido. Si no es imposible.
No olvidemos que estamos hablando de la calidad como persona. Quizá sea por eso por lo que se están pidiendo, cada vez más, referencias personales, vidas que sirvan de referencia. De otra forma es imposible educar.
Hace un par de años, leí un cuento que trataba sobre una niña llamada María. Ella era muy obediente y, en pago a su obediencia, su abuelo le regaló una ovejita blanca. La niña se sentía tan feliz con su mascota que hasta la llevaba a la escuela. Pero un día, por quedarse jugando con sus amigas, se olvidó de la ovejita blanca y la dejó en la escuela. Al llegar a su casa, su madre le preguntó por la ovejita, y María no supo qué responder. La niña se echó a llorar y corrió en busca del animalito.

La sorpresa de María fue que el portero de la escuela la había encontrado y la tenía en los brazos acariciándola. La niña se sintió feliz y corrió hacia él, con lágrimas de alegría. Le agradeció con todo su corazón y le regaló una sonrisa de alegría. Luego se marchó feliz para su casa.

Esta pequeña historia nos deja una moraleja, la cual es que debemos ser agradecidos. Así nosotros, muchas veces, hemos recibido favores de otras personas y quién sabe si hemos sido agradecidos.

Déjame contarte que la palabra de Dios nos enseña en la primera carta a los Tesalonicenses 4:18: “Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”. La Palabra de Dios nos está demandando en este versículo que debemos dar gracias no importando la situación o circunstancia en la que nos encontremos.

Tal vez te parezcan contradictorias las palabras que te escribo. Pero mi objetivo al escribirte estas líneas es que tú puedas marcar la diferencia delante de los demás. ¿Cómo hacerlo? Siendo agradecido. Si te pagan mal, hazles un bien; si te hacen un bien, paga con un bien.

Aunque parezca difícil hacer un bien a quien nos hace un mal, si queremos vivir en paz y tener la conciencia tranquila, tenemos que hacer el bien a todas las personas. Cada vez que hacemos el bien, estamos honrando a Dios. Cuando somos agradecidos, estamos obedeciendo a su mandato.

Y, sobre todo, te invito a que seamos ejemplo a los demás. Si queremos que los demás sean agradecidos con nosotros, debemos ser los primeros en dar el ejemplo.

Sé agradecido con Dios y dale gracias por todo lo que tienes, porque todo lo que posees Dios te lo ha dado. Recuerda que Él es Dios y que cada día te da una nueva oportunidad de vida. Cada día son nuevas sus misericordias para con nosotros y por todo eso debemos darle Gracias.

¿Le has dado las gracias a Dios por todo lo que posees?